Por fin. Por fin
es 31 de diciembre de 2016.
Éste ha sido un
año muy extraño. No sólo por la muerte masiva de artistas y tal, sino que
además, estoy haciendo un post de fin de año. Que son todos tan interesantes
como una ensalada de coliflor, pero qué coño, la vida es corta.
Este año he
aprendido un montón de cosas, la más importante de todas es que por mucho que
me da por pensar que poco a poco voy aprendiendo de qué va la vida, parece que
cada día sé menos. Y ya ni mencionemos la movida esa de conocerse a uno mismo.
Voy jodidísima en esa área.
Lo que sí he
recordado, reaprendido, reafirmado, este año es que pase lo que pase, me
convierta en quien me convierta, explote el mundo o nos mudemos todos a Marte…
siempre encuentro algo de lo que enamorarme y siempre encuentro el valor de
lanzarme en picado a por ello. Parece una chorrada, así escrito, pero cada vez
que recuerdo que tengo los cojones del tamaño del caballo de Espartero qué
queréis que os diga, me entra así como una satisfacción personal muy loca y soy
feliz.
Suena súper
pretencioso lo que he dicho, lo siento. Sé que el mundo nos educa a todos a que
seamos falsamente modestos, falsamente amables, falsamente felices… y que su
misión número uno es destrozar nuestros insignificantes egos y aplastar esa
cosa tan bonica como es la autoestima. Pero yo ya no aguanto más. Y en este año
nuevo lleno de famosos a los que matar, voy a decir lo que me de la gana, como
me de la gana, y ya está. Y a ver qué pasa.
Acaba el 2016 y
cierro un capítulo de mi vida. Y no pienso mirar atrás. Da un poco de miedete,
sí… pero ya lo he hecho un par de veces, así que en realidad estoy haciendo lo
de siempre. Sólo que cada vez es diferente, claro, y me olvido un poquito de
que ésto es lo mío, lo de ir sin miedo digo, y a veces me da un poquito de
vértigo… pero es lo normal. Ahí está la gracia.
Y quien quiera, puede venirse. Los cuatro que leéis estas cosas tontas que escribo, os
llevaré conmigo. He estado muy desaparecida estos últimos meses en las redes sociales, sumergida en una misión de máxima importancia, ¡un asunto de vida o muerte! Bueno, en realidad necesitaba desesperadamente un descanso de mí misma; quería leer mucho, beber un poco más y ya de paso entender qué mierdas estaba pasando en mi vida..., pero ya lo tengo, ¡resolví el misterio!
No era feliz.
Pero lo voy a
ser, porque de eso va la vida, joder. De ser feliz. Y ya está.
En fin, que nos
vemos el año que viene. Hoy no voy a ponerme el vestido más bonito que tengo,
sino el que mejor me quede. No me voy a pintar como una puerta, ni voy a beber
como una cosaca, ni voy a entrarle a algún ex compañero del instituto en el
irlandés decrépito de la calle mayor y vomitar en sus zapatos al ritmo de
Shakira… cosa que por supuesto nunca antes ha pasado… ehem.
Voy a
atragantarme con las uvas, como todos los años, brindar con mi familia y darme
un largo paseo para ver amanecer helada de frío, saboreando la niebla Harry
Potteriana de mi maravilloso pueblito.
Esta noche voy a
perderme (en sentido figurado porque el pueblo es pequeñito, entendedme),
dejaré correr ríos de “ojalás” “y sis” y “quizás”. Haré bolas de nieve con
recuerdos que no vendrán conmigo a donde quiero ir, y las tiraré contra las
fachadas de las casas arrancando destellos de despedida, porque no volveré a
echar la vista atrás.
Olvidaré, porque
tengo derecho a olvidar. Y volveré a empezar, porque tengo derecho a ser feliz,
porque desperté. Y un buen día me di cuenta de que por muy pequeña, absurda e
insignificante que sea… tengo derecho a intentar ser feliz, a luchar por las
cosas que quiero, a esforzarme por vivir otra historia. Porque por mucho que se
ha esforzado el mundo, yo sigo creyendo desesperadamente en la magia, en la
errática belleza de lo cotidiano.
Entraré en el
2017 como salí del 2016: a mi aire, cómplice del silencio, sonriéndole a la
oscuridad, compartiendo a gritos el secreto que todos llevamos dentro: que lo
que tenga que ser, será.
Feliz noche de
Nunca Jamás.