“Persigue tu
sueño, no lo dejes ir jamás, y todo irá bien.”
Y yo, como una
imbécil, les creí.
Así que hice las
maletas, físicas y emocionales, y eché a correr detrás de una idea, de un
concepto que ni siquiera era mío: lo había heredado de los 80, como
mi pasión por los videojuegos de arcade y el iridiscente pop electrónico. Corrí
pensando que lo conseguiría, que sería especial. Iba tan deprisa que más que un
sueño parecía un póster desgastado de la habitación de alguna otra adolescente igual
de borrosa que yo, a la que el mundo iba a castigar por tener tetas y ser
normal, como yo.
Di por sentado que llegaría, sería como David Bowie, y me emocionaría todos los días cantando cosas que significaban algo desde algún sitio como París o Nueva York, escribiendo letras que me convertirían en alguien mejor, bebiendo mucho café, fumando ocasionalmente, colaborando en musicales de Broadway porque “why not”.
Corrí, sin mirar atrás.
Di por sentado que llegaría, sería como David Bowie, y me emocionaría todos los días cantando cosas que significaban algo desde algún sitio como París o Nueva York, escribiendo letras que me convertirían en alguien mejor, bebiendo mucho café, fumando ocasionalmente, colaborando en musicales de Broadway porque “why not”.
Corrí, sin mirar atrás.
Pero si os soy
sincera, y últimamente no puedo dejar de serlo, nunca me imaginé a mí misma haciendo nada de eso, al menos no en serio. Creé una versión de quién creía que era, que encajaba en el sueño, pero esa chica, ahora lo sé, no era yo. Mi vida era como ver una película con una protagonista que me recordaba un poco a mí, y que no acababa de entender del todo. Era bonito y un poco triste a la vez. En las
contadas ocasiones en las que me paraba a respirar, fantaseaba con una casita
pequeña en un bosque con vistas a un lago, una acogedora biblioteca con chimenea
y una bodega llena de vinos buenísimos. Pero me lo dijeron tantas veces… estaba
en todas partes: “tienes que triunfar, tienes que soñar a lo grande, y tienes
que perseguir ese sueño sin descanso”. Y les creí. Empecé a pensar que de eso
iba la vida, de perseguir sueños. De dejar todo lo demás atrás.
Y ahora, a unos
pasitos de los treinta años, me he dado cuenta de que llevo tanto tiempo
soñando que me he perdido mi puñetera vida. Y sinceramente, no me quiero perder nada más. Así que he decidido cambiar, cambiarlo todo.
Al principio lo único que quería era despertar, dejar de
soñar. Después pensé que lo que necesitaba era otra forma de soñar el mismo
sueño. Y por último decidí, no sin un tremendo dolor en el pecho que parecía
prender fuego al aire que respiraba, que lo que necesitaba era otro sueño que
reemplazara al viejo.
Han pasado años
desde que soñé la música, y he cambiado tanto, tantísimo, que sabía que no me costaría
mucho encontrar otra gran pasión escondida debajo de las enciclopedias que
siento que he escrito sin mirar dentro de mí misma… y que jamás leeré, por
supuesto. Me tragué sin rechistar esa idea de necesitar un sueño distinto que
perseguir incansable hasta el infinito y más allá, y me puse manos a la obra.
Y ahora, después
de meses de arduo trabajo emocional… me he dado cuenta. He encontrado la
respuesta. Y es tan jodidamente evidente, que me duele pensar que ha estado
allí todo el tiempo y no he sido capaz de verla. Estaba tan ocupada intentando
triunfar, intentando ser feliz, que perdí de vista lo esencial.
No sé por qué, cuando imaginamos un sueño, tendemos a pensar que los sueños son una fuerza estática, un destino fijo, la materialización
indisoluble de quienes debemos ser. Pensamos que un sueño es un lugar, un
objetivo y un billete de ida cerrado con fecha de caducidad. Pero nos equivocamos. Nos equivocamos todo el rato sin parar... cómo no.
Y es que estoy empezando a pensar que a lo mejor soñar es como respirar, una función más que no podemos evitar, que no hay manera de encauzar. A lo mejor un sueño es simplemente un
parpadeo de humanidad en la oscuridad. Un latido en el silencio. A lo mejor es viento y (perdonadme la cursilería extrema pero no lo he podido evitar) nosotros el barco perdido en mitad del mar. A lo mejor los sueños son la energía
renovable que nos mantiene con vida y en movimiento… y no tienen nada que ver
la tiranía del éxito. Y cambian, y evolucionan, vienen de todas partes y
de ninguna a la vez. Y nosotros tenemos derecho a perdernos, a no entenderlos, a cambiar de rumbo y explorar
todo el puñetero universo, a dejarnos llevar por el mar… a saltar de un sueño a
otro, saborearlos todos o dejarlos pasar..., porque la vida es muy larga, pero demasiado
corta como para ponerte a pensar qué es vivir y qué es soñar, dónde empieza el
cielo y dónde acaba el mar.
Porque… ¿y si la
vida no va de cumplir un sueño?
¿Y si el sueño
es saber seguir soñando, sin más?
Pase lo que
pase. Soñar contra todo pronóstico. Soñar, ya está. Y vivir tu vida. La que te
gusta. La que te hace sentir bien. Una vida que no tiene por qué tener sentido.
Una vida que recoja todas las cosas que te hacen feliz, que camine hacia el
sueño de poder seguir soñando y cambiando, reinventándote sin miedo y sin razón,
retozando en una caótica rutina que sea realmente tuya, y no una persecución
desesperada de un concepto de “triunfo” que has heredado sin mirar.
¿Y si la vida va
de vivir soñando? ¿Y si el único éxito que existe es ser feliz con lo que hay?
Me revuelvo en la silla. Son las tres de la mañana de un sábado y estoy en casa escribiendo, sola, sintiéndome caer. Y es genial. Tengo todas las ventanas abiertas y hace un poco frío, pero por fin algo tiene sentido. Me fumo un cigarro y me pongo a canturrear en la oscuridad.
No sé qué va a
ser de mí mañana. No tengo ni la más mínima idea de qué voy a hacer con mi vida. La verdad es que no tengo ningún plan, no persigo ningún objetivo en concreto
y tampoco busco triunfar más allá de preparar el capuccino perfecto mañana para
desayunar. No tengo ni idea de hacia dónde voy, ni a dónde voy a llegar, pero
¿sabéis qué?
A lo mejor ése es el maldito sueño.
A lo mejor ésta es mi
jodida forma de soñar.
Electric que?
ResponderEliminarQue grande Mónica muy buena reflexión eso es lo que yo reflexiono y los motivos que utilizo cuando en esos días de penumbra utilizo para seguir luchando por mis sueños y no dejar de disfrutar de los placeres de la vida.
ResponderEliminarPor que que sería de los humanos sin un sueño y sin una meta en la vida tendríamos algún objetivo en la vida??
O sólo seríamos simples seres que estamos en la vida de paso.
Yo creo que en la vida estamos para disfrutarla luchar por nuestros sueños.
Hacer mejor al planeta en lo que podamos y dejarle en la mayor medida posible en mejores circunstancias el planeta a generaciones futuras.
Un abrazo muy fuerte Mónica.
Porque nunca dejes de luchar por tus sueños y disfrutar de los placeres de la vida.
Gracias por exponer tus fantasmas. A veces cuesta identificarlos. Gracias, de verdad, por esto que nadie te pide pero que de vez en cuando te apetece hacer y a mí, me toca el alma. Un abrazote 😘
ResponderEliminarMucho ánimo Mónica, ha sido muy emocionante leerlo,escribes genial.
ResponderEliminarUn abrazo Mónica, siempre es un placer leerte. Te deseo lo mejor :*
ResponderEliminarNos han enseñado tan mal que siempre hay que perseguir los sueños hasta cumplirlos, que si caes te has de levantar y seguir, siempre seguir hasta alcanzarlos... de modo que cuando no los conseguimos nos sentimos unos fracasados, como si nos estuviesemos boicoteando a nosotros mismos por no poder dar más, precisamente, de nosotro mismos. Cambiar las metas es natural, encontrar nuevas motivaciones por las que luchar también.
ResponderEliminarY lo más importante, sea cual sea el sueño, cambie nunca o mil veces, es disfrutar del camino y creernos capaces de todo mientras vamos a por ello.